Seguro
que, en más de una ocasión, os he dicho que el proceso agudo que
padecía su hijo era una infección causada por un virus, llamándola
viriasis.
Esta
catalogación equivale a decirle que la infección es benigna y
tendrá un curso autolimitado, es decir que, se trate o no, se
irá resolviendo por sí sola con el paso de los días. Este tipo de
infecciones, a diferencia de las infecciones bacterianas o
“purulentas”, no requieren de tratamiento antibiótico,
puesto que éstos están destinados a eliminar bacterias y no
tienen efecto sobre los virus.
El
catarro común y la gripe son ejemplos de viriasis; lo son también
el sarampión, la varicela, la rubéola, las paperas y otras
enfermedades muy conocidas por la población por haber sido lacras
para la humanidad y ante las que sólo las vacunas han podido
garantizar una protección colectiva.
El
tratamiento de los procesos víricos, por lo tanto, es sólo
sintomático o de soporte, es decir, se limita al alivio,
en lo posible, de los síntomas molestos, como la fiebre o la
obstrucción respiratoria o cierto tipo de tos no útil, etc, y al
sostén nutricional y de hidratación, ante la habitual
inapetencia o las pérdidas extraordinarias de líquidos por vómitos
y/o diarreas, mientras se espera a que desaparezcan por sí solos.
Pero
el término benigno no significa necesariamente breve. Aunque la
mayoría de las viriasis cursan con síntomas que duran entre 2 y 5
días, con o sin fiebre, existen ciertos procesos víricos que,
aunque autolimitados, tienen un curso largo y/o muy molesto; tal es
el caso de la varicela o la bronquiolitis o la gingivo-estomatitis
(aftas infecciosas en boca) o los síndromes mononucleósicos (el más
popular, la “enfermedad del beso”), entre otras.
Algunos
procesos víricos, no obstante, contribuyen a debilitar
pasajeramente las defensas del paciente, facilitando la posible
aparición posterior de otras infecciones. Con frecuencia éstas
son también víricas e incluso, en ocasiones, se encadenan más de
dos consecutivas, hecho propiciado en los más pequeños por la
colectivización temprana de nuestros niños en guarderías, dando a
veces a los padres la impresión de estar ante la primera infección
no curada y dejando en la familia el mal recuerdo de un duro
otoño-invierno que, afortunadamente casi siempre queda en eso, en un
mal recuerdo, dado que las defensas y la experiencia inmunológica
adquiridas por el paciente durante el mismo lo habrán robustecido
notablemente para los siguientes. Pero en alguna ocasión, la
infección segunda puede ser más importante por estar causada por
bacterias (neumonías, otitis, etc.), que complican la evolución
y que deben ser detectadas lo antes posible para su tratamiento
adecuado, distinto al de la viriasis inicial.
Esa
es la razón por la que, aunque el proceso de su hijo/a sea, en un
principio, claramente vírico, es decir benigno, se les aconseje que,
si aparecen nuevos signos como dificultad respiratoria,
irritabilidad o extremo decaimiento o manchas en piel, o si la fiebre
no decrece a partir del 3º- 4º día o reaparece tras haber
remitido, hagan que sea revalorado/a.
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